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Las crónicas describían a Liverna como una prisión sin barrotes ni celdas, sin cadenas ni grilletes porque el peor encierro es el que se da en uno mismo, bajo el peso de la culpa y de los reproches.

Poco o nada quedaba de Resryon Vakko cuando el joven general de la Leggio, hijo del emperador traicionado, llegó a los páramos carcelarios de Liverna, más allá de las montañas de Tántanos. Lodazales que lo vieron arrastrarse y llorar; ciénagas que sepultaron la leyenda, desnudándolo hasta convertirlo en un fantasma, en un sombra.

Pero alguien caminó a su lado durante cinco años, silencioso, cuidadoso, leal, entregándole lo único que Resryon necesitaba para alzarse: una razón.

“Puedes perder un imperio y seguir adelante, ¿pero sabes sin qué no puedes continuar? Sin un motivo. Busca siempre un porqué, un algo o un quién por el que merezca la pena luchar”.

Doroyan Vakko

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